jueves, 6 de agosto de 2015

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     Era una chica excepcional. En todos mis días de soledad contemplativa no había visto nada igual. 
     Estaba sentado, como siempre, en la roca del sexto árbol de la cuarta fila del parque de la zona. Tenía en mis manos un cuaderno y un lápiz, la compañía suficiente para estas tardes de verano. No podía dibujar, todos mis trazos carecían de sentido y calidad.  
     El grafito del lápiz y el migajón de la goma se desgastaban más y más; no había nada que los satisficiera. Mi mirada se dirigía como cada tarde hacia el Oeste, esperando el acto de retirada y despedida del Sol. 
     Justo cuando el espectáculo de occidente se suscitaba, cuando estaba en su clímax total y otorgaba el más exquisito paisaje en tonos naranjas desvanecidos, justo ahí, decidí cambiar la rutina. Justo en ese momento le di la espalda a la belleza, y cuando mis ojos se situaron al frente, le di la cara a la perfección. 
     La noche se había esclarecido, de pronto, de este lado del parque, todo brillaba. Parada sobre la vereda, absorta y dedicada a observar, una chica permanecía inmóvil, en silencio. Vestía un suéter ocre, una blusa floreada y unos jeans oscuros. Irradiaba misterio, hermosura, pero sobre todo misterio. Salió de su posición y caminó hacia un árbol de tronco grueso, donde permaneció estática, mirando hacia la oscuridad ¿Acaso no sabía que la luz estaba de su lado, dentro de ella? 
     Sus ojos cayeron en mí, eran profundos y penetrantes, dulces y coquetos. Inmediatamente me di cuenta de que no me veía a mí, sino a la presencia inanimada de un sueño, un anhelo, o un pensamiento. El tronco a sus espaldas se había encorvado como haciendo reverencia y a su alrededor algunas hojas reposaban. 
     La seguí con las pupilas dilatadas: no parecía pertenecer a ningún grupo, a ningún estereotipo. Era diferente, excepcional, infinita. Y entonces caí en cuenta; aquellas hojas caídas a su alrededor eran como etiquetas. Estaba la etiqueta de religión y la de ateísmo; la de skates y la de rockstars; la de intelectuales y la de desentendidos; y todas yacían en el suelo, fuera de ella. Porque ella era todo y nada, oscuridad y luz, misterio y verdad. Era todo y nada, y más que todo y más que nada,.
     Era ella, y con eso bastaba. Era ella y yo ya no era. Era ella. Era ella...


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