jueves, 24 de marzo de 2016

¡Bendita hipocresía!

«Cada quién su infierno, supongo».
-José de la Serna


Ella tenía una forma muy particular de sonreír, y era a través de sus ojos.
     ¡Maldita hipócrita!
     Cuando sonreía por la boca, con ese gesto vulgar de entreabrir los labios y enseñar los dientes, no hacía más que mentir. Detrás de esa dentadura blanca y perfecta, no había más que tristeza y martirio.
     Tardé demasiado tiempo en darme cuenta: el secreto estaba en los ojos. En su mirada.
     Ella no suplicaba con humillaciones.
     No se carcajeaba por la boca.
     No me acariciaba con las manos.
     No me besaba con los labios.
     No me torturaba con palabras.
     Jamás me sedujo con sus piernas.
     Ella era ella siendo otra persona.
     Nunca escurrió lágrima alguna por su mejilla.
     No caminaba con los pies.
     No respiraba por la nariz.
     Su placer no estaba en la vagina.
     El centro del universo jamás fue su ombligo.
     Su arma mortal no eran los besos.
     El calor jamás estuvo en su cuerpo.
     La suavidad no se encontraba en su piel.
     Nunca se entregó con el alma.
     Nunca dijo un «Te amo» con palabras.
     Todo estaba en sus ojos.
     ¡Carajo, hasta cogía por los ojos!
     Desafortunadamente, la muy hipócrita me hizo creer que en efecto, todo era al revés.
     Y me destrozó el corazón.
     Y me regaló los mejores días de mi engañosa vida.
     Y me habló por los ojos.
     Lo demás fue mera mentira.
     Ella tenía una forma muy particular de sonreír, y era a través de sus ojos
     ¡Bendita hipocresía la tuya!




domingo, 20 de marzo de 2016

Los hombres de fuego.

«¿Desde hoy a cuántos versos estoy de la muerte?»
                                                                 -LosPetitFellas

Existe un grupo de personas que merece el infierno, y son los que escriben poesía. 
     Este tipo de sujetos suelen ir por la vida destrozando corazones, enamorando almas, ilusionando mentes, enloqueciendo cuerpos. Si un día te ofrecen el paraíso, no les creas, estos individuos suelen regalar sufrimiento disfrazado de millones de gestos románticos y palabras melosas. Ellos no te ofrecen una vida juntos, sino una muerte juntos. En cada respirar te robaran el aliento, venderán tu alma al diablo y sacrificarán cada centímetro de tu piel en un incendio pasional. Si crees que los puedes domar, adelante, inténtalo. Ya después me cuentas quién domó a quién. 
     Los hombres de fuego no son más que espectros enviados por satanás, ocultos bajo capas de piel humana aparentemente sensible y silenciosa. A veces se vuelven el agua que humedece lugares secretos, o el viento que agita con fuerza los cabellos, o la tierra que resbala entre dos mundos. 
     Si de casualidad te topas con uno, corre para salvarte o aférrate para perderte. De cualquier manera, por uno u otro camino sentirás su presencia ausente. 
     Cuenta la leyenda que eran los favoritos de Dios, su mano derecha. Sin embargo, la historia cambió cuando estos se volvieron mejores que Él mismo. Muy pronto se convirtieron en los amos del amor y la aversión. Ellos controlaban la lluvia para quererse o para matarse de tristeza. Manipulaban la primavera y el invierno. Ellos crearon el Otoño para los felices y desamparados, según le conviniera. Hipnotizaron a los reyes para luchar por sus amadas en guerras aparentemente territoriales. Y fueron expulsados.
     Así es como Dios trajo a la Tierra a los hombres de fuego, cubiertos bajo una máscara con etiqueta de «Poeta»...


sábado, 12 de marzo de 2016

Manifiesto de un árbol ondulante.

La calle estaba vacía casi por completo. La poca gente que transitaba los caminos, cargaba con abrigos gruesos, guantes, bufandas y algunos paraguas. El clima se tornaba bipolar, con cambios de estado cada cinco minutos, pero eso sí, con un viento exquisito que golpeaba con frescura.
Yo cargaba con una chaqueta delgada que permitía al frío traspasar hasta mi piel, y aunque tiritaba por su intensidad, me sentía enteramente complacido por su dulzura.
     Me senté en el primer banco que encontré, mientras una llovizna leve caía junto con unos rayos de Sol. Una ventisca que venía del Oriente atacó con furia, haciendo ondear a todos los árboles, excepto a uno. Me maravillaba el hecho de mirar las hojas moviéndose al ritmo de una música inaudible pero existente, con las ramas crujiendo cual maracas melodiosas y los pajarillos volando a quién sabe dónde.  Después de unos segundos nuevamente se sintió el golpeteo, y nuevamente el árbol se mantuvo inmóvil. ¿Qué carajos estaba sucediendo? Así ocurrió otras cinco ocasiones, con todos a su alrededor yendo y viniendo y él, simplemente, reposando en rebeldía.
     Finalmente, cuando una brisa tibia atravesó el lugar, el árbol dio una sacudida nerviosa. Con timidez me acerqué de a poco hasta donde estaba el dichoso soberano.
     —¿Qué miras muchacho?
     No pude más que dar un paso hacia atrás, después me quedé paralizado. ¿El árbol me estaba hablando?
     —¿Qué es lo que te sorprende?
     —¿Te parece poco que un árbol me esté hablando?— logré soltar.
     —Tal vez deberías ser más atento. Todo el tiempo lo intentamos.
     —¿Por qué... cómo... cómo es que pudiste permanecer inmóvil ante tan fuerte viento y con tan sólo... con tan sólo un empujoncito... ¡Cómo!?
     —Me parece increíble que el humano aún no pueda entender algo tan simple. ¿Tú que crees? Uno no puede dejarse llevar por la primer muestra de poder. Uno no puede sin más, dejarse llevar por algo que parezca irresistible, o por lo que todos se vuelven locos. No mi amigo, no hay que ser ridículos seres sin razonamiento. ¿Ya lo entendiste?


Abrí los ojos, con la espalda fría y temblando, recostado sobre el banco. Por supuesto que era un sueño. Sin embargo, el sueño no siempre está tan alejado de la realidad; constantemente, desde niño, me gustaba sentarme a observar cómo se movían los pinos, los naranjos y las jacarandas, porque eran señal de vida, porque antes de moverse, no eran más que sujetos envueltos en timidez, en misterio y resignación, como miles de personas en el mundo (entre ellas, yo). Dejar correr las hojas significa liberarse y al mismo tiempo permanecer atado a lo que eras, eres y serás. ¿Por qué el árbol no se movió con las ráfagas de aire? Sencillo, no era el viento correcto. El viento, para los árboles, es el equivalente al 'amor de la vida' de cada humano. Hay que encontrar el adecuado, hay que moverse por el adecuado, hay que temblar, reír, llorar, explotar, revivir, calcinarse por el adecuado. Los demás no son más que vientecillos ocasionales, apenas un soplo que no logra levantarte ni un sólo cabello. No se trata de la fuerza, el poder o el engañoso placer que puedan darte, sino de la delicadez con que logran enviarte a un infierno paradisíaco.
     ¿Quién, si no tú, podría mover mis ramajes y destruir mi tronco en mil pedazos?



sábado, 5 de marzo de 2016

Breve historia de un marciano y una mujer.

Al salir del bar, comenzamos a caminar en medio de la negra noche. Así, a esas horas nocturnas y sin la multitud fastidiosa, la ciudad se tornaba color perfección. La incandescencia de las luces amarillentas contrastaban finamente con la lobreguez mansa de una ciudad menospreciada.
     Bella y risueña, ella caminaba a mi lado, con una alegría que demostraba que le había gustado la poesía de José de la Serna y sobre todo, el poeta. Su caminar era infantil y lleno de ternura, «¿cuánto más durará esta amistad?», medité, mientras la observaba, igualmente feliz. Seguimos avanzando hasta sentir un leve golpe en la nuca, segundos después de un destello alucinante.
     Cuando despertamos, un espacio metálico y sin chiste nos rodeaba. Parecía cualquier laboratorio tecnológico de alguna caricatura, sólo que este carecía de grandes avances o cosas increíbles. Al menos eso creímos.
     —¡Ah! Ya despertaron—, nos dijo una voz que recitaba un español machucado y grotesco. Seguramente un extranjero. Una puerta deslizable se fue abriendo con lentitud, hasta dejar ver a quien parecía un verdadero extranjero, no sólo del país, sino del planeta mismo. La piel escamosa, de forma humana pero enrarecida, los ojos saltones y los labios anchos. Su tez era levemente rojiza y su cuerpo tenía una delgadez inquietante.
     —No se preocupen, no les haré daño. Los golpeé por accidente; la verdad es que los aterrizajes no se me dan muy bien. Quiero darles mis felicitaciones, en mi mundo la tecnología no está tan avanzada como el suyo.
    —¿De qué hablas? Lograste venir hasta aquí, algo que los terrícolas jamás hemos logrado.
    —No es gran cosa. En cambio, todo lo que tienen aquí es tan... magnífico.
     ¡Vaya sorpresa! El alienígena parecía realmente asombrado. Yo también.No por su aparición, sino por la impasibilidad con que controlaba el momento. Jaqui también estaba tranquila. ¿A dónde se habrían marchado nuestras emociones? Nos miramos y no pudimos evitar estallar en carcajadas.
     —Oye viejo, ¿qué es lo que buscas?
    —Nada, en realidad. Aunque, ya estando aquí, ¿qué es lo más preciado para ustedes los humanos?
     Levanté el dedo índice para señalar a mi compañera.
     —¿Ella?
     —Te explico— le dije. Sucede que aquí, en la Tierra, hay algo más valioso que el dinero, el oro o el universo mismo; les llamamos amigos, y no tienes idea de la riqueza que estos te darán. A su lado puedes vivir lo inefable, incluyendo esto. ¿En Marte qué es lo que tienen? Seguramente nada comparado con semejante tesoro. Créeme amigo mío, no hay nada mejor. Ellos te ayudan a sostener la tristeza que en ocasiones pesa tanto como cien soles. Ellos te roban sonrisas que ni el amor de tu vida logrará algún día. ¡Ella, extranjero curioso, ella puede sumergirte en los abismos con el único propósito de subir contigo a la cima de nuevo!
     —Pero no es brillante, no es grande— replicó confundido.
    —Es porque aún no haz conocido su corazón.
     —¿Corazón?
    —¿Ustedes no tiene uno? Ja, ja, ja. Ya veo, es por eso que deben ser tan pobres.
    —¿Dónde se consigue un 'amigo'?
    —En cualquier lado; no tienes que buscarlo. Siempre lo encuentras, por fortuna.
    —Pero...
     —Pero nada, anda a buscar a tu compañero de viaje.
     —¿Y si me regalas al que traes contigo? Ahora que lo dices, sus pupilas reflejan un gran valor.
    —Lo siento, viejo. Ella es mi Duvalín.
     —¿Duvalín?
     —Es una golosina. Mira, para terminar pronto, a tu Duvalín no lo cambias por nada.
     Jaqueline me dio un fuerte abrazo, de esos que te reconstruyen y te alimentan. Nos levantamos y nos fuimos. Atrás, dentro de su nave, el muchacho extraterrestre permaneció absorto hasta quién sabe cuándo.