domingo, 7 de agosto de 2016

Mendigando amor.

No fue una tarea fácil.
     Después de varios adioses y bienvenidas apareciste tú; sin un par de ojos excepcionalmente bellos, sin un cuerpo exquisitamente tentador ni el detalle perfecto de estar siempre a mi lado. Apareciste sin más, con una sonrisa en el rostro y miles de flechas apuntando a mi corazón. Todas dieron en el blanco.
     Llegaste para perturbar todo este aburrimiento rutinario, para terminar con la monotonía del la vida sin emociones. ¿Y de qué ha servido? Así como llegaste comienzas a esfumarte, con la misma rapidez con la que se extingue un cigarrillo, con el mismo paso de un caracol apresurado. Así te vas, sin prisas y al mismo tiempo sin intenciones de quedarte. Está bien, tampoco puedo retener algo que no existe. Fue lindo sentir lo que sentí. No es enamoramiento pero vaya que se le parece. Ahora es tiempo de seguir buscando aquello que encontré en ti, el entusiasmo, las risas compartidas, la alegría envenenada.
     ¿Dónde, dime dónde? Si tuvieron que morir tres lunas antes de encontrarte, si el sol tuvo que apagarse para poder mirarte, si las nubes tuvieron que llorar para poder contenerme. ¿Dónde, dime dónde? ¿Segura que podré hallarte en alguien más? Que quede bien claro: si el amor no es sedentario, es por culpa de un interés vagabundo.
     Es curioso, pasé mis días escribiéndole a nadie sin gran inspiración, y ahora que te tengo a ti, simplemente no atino qué decir. 
      Pero estás desapareciendo. Haz sido el adiós mejor bienvenido al que me resigno. Para ser sinceros no quiero que te marches. No quiero sin más, expulsar de mí la inquietud de saberme enloquecido. ¡Se siente tan bien! No te apartes, por favor. 
     Y si al final de cuentas decides no quedarte, no tendré más opción que seguir entregándome a la indigencia. No tendré más opción que seguir mendigando amor. 




domingo, 31 de julio de 2016

Me gustas (II).

Sé que quizá no sea el momento. Sé que quizá te hubiera gustado saberlo de otro modo. Pero me gustas y no puedo guardarlo por más tiempo, o de otra manera podría desvanecerme. 
     Que por qué me gustas, me preguntas; y yo no sé como responder. Las razones son más que evidentes y sin embargo tan difíciles de explicar. Pero vamos a hacer un intento:
    Me gustas por toda esa ternura que de tu cuerpo se desprende. Esa ternura que desde que te conocí no hace más que crecer y seducirme. Me gustas con una intensidad incontrolable y sin compasión, con la delicadeza exacta de las tormentas. con la furia enorme del corazón. ¿Sabes? Hacía tiempo que no sentía estas vibraciones en mi cuerpo. Hacía tiempo que no me maravillaba con la presencia de una mujer. Sólo tú has venido a alterarme con esas miradas de complicidad. Miradas que se quedan en mi cuerpo temblorosas, como el mar después de un día en sus adentros. ¿Cómo negar que es fácil perder el aire entre tus ojos? ¿Cómo decir que has entrado en mi mente en un gobierno que promete ser dictadura? 
        Me gustas. Y si pudiera elegir a alguien de quien enamorarme, serías tú.
      Me gustas por tu alegría, aquella que me contagias cada vez que te veo. Esa alegría que desde niña te conozco. La misma que trasladas con el viento sin importar distancias. Me gustas porque contigo he aprendido un nuevo lenguaje: el lenguaje de las sonrisas. Sonrisas a distancia, mensajes ocultos, cariño en el aire. Paz.
     Sí, tu sonrisa es el Dios que le hace falta a este infierno. Si el caos tuviera un nombre, estaría escondido entre tus labios. Por favor, sigue sonriendo a la vida, y de ser posible, guarda un poco para mí...

     


viernes, 15 de julio de 2016

Muerte y transfiguración.

«Un día por accidente paré
y esperé que la luna también.
Pero no eres luna de esta tierra
mucho menos de mi mundo»
-Axel Anael

La muerte le sentaba bien. 
     No hacía más que estar ahí, sin hacer nada, y eso bastaba para saber que no volvería más. Tenía una sonrisa que perturbaba a todos los presentes, tan singular e inmutable que parecía seducir con intención premeditada. Los cabellos bajaban por su espalda, en espirales cada vez más bellos y castaños. Una blusa blanca de estilo tradicional discreto dejaba al descubierto unos hombros claros, tan coquetos como esa última mirada que brindó en el respiro final de su existencia.
     Murió sin dejar rastros. Murió desamparando testigos. 
     El grito caluroso de los Cuatro vientos anunciaba su llegada y su despedida. Ella sin moverse, sólo desapareciendo. ¿A qué hora, en qué lugar, qué día tendría la dicha de un reencuentro? Quizá en algún día de mi niñez donde solía ser valiente, donde no había vergüenzas ni arrepentimientos. Entonces pasaban cosas. Ahora suceden menos. 
     En fin, ella moría y yo agonizaba. De rabia y de impotencia se van las mejores cosas. Con el corazón aullando y las fuerzas retenidas me di por vencido. Subí a la camioneta y la vi alejarse estática. La muerte le sentaba bien. Lucía aún más dulce y alegre que hacía unos segundos. No entendía como podía reír sabiendo que nos dejaba sin conocerla. Sin un nombre al cual recordar, sin un beso al cual extrañar, sin una anécdota con la cual trasnochar. Vaya fortuna para el mundo de los muertos, ella estaría allí. 
     Una tregua concluyente sucedió al pasar a su lado. Cinco segundos: tiempo de gloria. El ruido quedo del motor declaraba que ya no había oportunidad en el espacio. 
     Era el final de su vida pero el principio de una transfiguración. Ella, ella no estaba muriendo. Sólo era la metamorfosis. Ella se convertía en Dios...



domingo, 3 de julio de 2016

Enamorado de una impostora (segunda parte).

Sentado en la orilla del colchón intenté asimilar las cosas: durante tres días seguidos una misma chica se había aparecido en mis sueños; el primero cuando la conocí; el segundo cuando la hice mi novia y el tercero cuando todo terminó. Hacía ya una semana de esto y no se había vuelto a aparecer. Como una sombra vino y como una sombra se fue, sin hacer ruido y sin siquiera conocerla en la realidad. 
     Tomé un trozo de lienzo, mi paquete de pinturas y un par de pinceles. 
     —¿A dónde vas, Enrique?
     —Al parque que está a la vuelta. No tardo. 
     El parque estaba solo de un lado y con un anciano alimentando palomas del otro. Tendí una manta sobre el pasto y acomodé mis cosas. No tenía la certeza de qué era lo que estaba haciendo pero sí de lo que estaba buscando: a ella. El rostro comenzó a aparecer en el cuadro, con los ojos grandes, la boca pequeña y las mejillas ligeramente coloradas. Tenía las cejas gruesas, el cabello castaño y ondulado y la frente estrecha. Los colores cubrían la tela con rapidez, un pincelazo y nacía el cuello delgado, coqueto, como esperando la llegada de un beso demorado. Uno más y los hombros jugaban con mi imaginación, tersos y hechizantes, que luego daban paso a un par de pechos redondos, pequeños, reconfortantes. Las piernas eran lo mejor, puras y seductoras, con la grandeza de saberlas libres, únicas y bien formadas. Por supuesto, no me olvidé de la cereza. Tomé un poco de rojo y la coloqué: brillaba como una estrella en el centro del universo, infernal, sangrienta, amorosa...
     Sentí como una mano tocaba mi espalda y se hundía hasta mi corazón. Di media vuelta y la vi, su mano seguía dentro de mí. Nos miramos. Ella dio un apretón y un destello inundó el lugar dejándome ciego por unos minutos. Fueron segundos de oscuridad desesperada. Cuando por fin mis ojos lograron ver algo, corrieron hacia la pintura: era una figura sin rostro. Un camino floral iba de la cabeza hasta la cereza, que en un instante también desapareció. 
     De pronto sentí paz, una calma que llegaba hasta los huesos. Toda mi carne había encontrado sosiego y placidez. El cuerpo me vibraba y cosquilleaba de manera apasionante. Entonces lo entendí: estaba enamorado, enamorado de una impostora. Alguien que sin permiso se había resbalado entre mis pensamientos, alguien que sin esperar consentimiento robó tres noches de mi vida, alguien que decidió permanecer anónima, enigmática como la vida misma. Estaba enamorado, porque el mejor cariño a veces viene de un completo extraño, porque los mejores amores llegan así, de repente y sin aviso, porque...
     —¡Wow! !Que bella pintura! ¿Tú la hiciste?— dijo una chica que pasaba por allí.
     —Sí. 
     —Yo también pinto un poco. Mira.
     Y sonrió. Nuestros labios se mantuvieron callados pero nuestras miradas gritaban una revolución. Era como estar en una película muda. Sacó de su mochila un boceto que se dispuso a continuar. Se sentó a mi lado y me miró. Tenía unas pupilas penetrantes, como de jaguar. Ella volvió los ojos al trabajo. Nadie decía nada; ella pintaba y yo la observaba. Sobre el viento viajaban frases, una canción apacible y miles de sentimientos. Eché un vistazo a su pintura: era una mujer... era ella. 
     




domingo, 26 de junio de 2016

Enamorado de una impostora (primera parte).

«Su nombre era Gretchen. Hacía algunas semanas que había llegado a la ciudad después de un largo viaje desde Alemania. A pesar de ser extranjera, hablaba español como una verdadera mexicana. Era muy gracioso oírla decir "wey", "ya se amoló la cosa" o "pinche chamaco" (sus frases más típicas). Pelirroja, de tez clara y con pecas en la cara, gustaba de mi compañía. El día de su llegada y después de su presentación frente al grupo, tomó asiento a mi lado, susurró un dulce "Hola" e inmediatamente se quedó quieta, atenta a cada palabra que salía del maestro Eduardo. 
     Casi nunca recuerdo cómo conocí a alguien, pero por lo menos tenía presentes algunas vivencias. Sin embargo, por alguna razón no recordaba absolutamente nada de ella (a excepción del día en que apareció y ahora, que estaba a mi lado). Vestía una falda que le llegaba hasta las rodillas y una blusa floreada con un ligero escote que dejaba lucir ligeramente unos pechos firmes, abismales. Nadie decía nada; ella pintaba y yo la observaba. Sobre el viento viajaban frases, una canción apacible y miles de sentimientos. 
     Eché un vistazo a su pintura: era una mujer...».

     Desperté. 

     «—No importa por qué ni para qué, apareciste en mi camino y punto. Y estoy aquí sin motivos, parado frente a ti, precisamente para provocarlos. 
     Me miraba. Sus ojos brillaban más que nunca; un mar de luces que me llevaban al naufragio. Por un momento no supe qué decir, estaba en shock. ¿Cómo pude permitir que me mirara? Levantó su mano hasta alcanzar mi mejilla y, con roces apenas perceptibles, paseaba su pulgar de oreja a labios. 
     —Acepto— me dijo. Me acercó a su boca y me besó. Sus labios eran blandos, jugosos, como mangos. Su piel desprendía un aroma a frutas y podía sentir su respiración tibia en mi rostro. El frío se adueñó de mi cuerpo; era extraño, parecía estar besando a un fantasma. 
     Nos separamos, jamás en mi vida había sentido un beso que me dejara en llamas, era un hombre incandescente. Abrí los ojos, ¡su apariencia había cambiado! Ahora era rubia, ojos color turquesa, un tanto espectrales. Inspiraban miedo a pesar de su hermosura. Era distinta en su imagen, pero tenía la certeza de que seguía siendo la misma persona. Nos dimos otro beso, y otro más. Nos sentamos en un banco mientras ella se acomodaba para empezar a pintar. Cuando cruzaba las piernas dejaba al descubierto un tatuaje de una amapola bien definida sobre el muslo derecho.  
     Nadie decía nada; ella pintaba y yo la observaba. Sobre el viento viajaban frases, una canción apacible y miles de sentimientos.
     Eché un vistazo a su pintura: era una mujer. Morena, candente, con unas pupilas penetrantes, como de jaguar...»

     Desperté. 
    
     «Nos despedimos con una caricia nocturna. 
     —Hasta nunca. Te deseo lo peor— dijo con una sonrisa. 
     —Me lo merezco— respondí con una sonrisa igual de radiante. Estaba feliz. Los finales felices también se dan entre las grietas. Nos sentamos unos minutos en la cama, ella sacó su lienzo y comenzó a pintar. Nadie decía nada; ella pintaba y yo la observaba. Sobre el viento viajaban frases, una canción apacible y miles de sentimientos. Eché un vistazo a su pintura: era una mujer. Morena, candente, con una pupilas penetrantes, como de jaguar. Estaba desnuda, la cintura no estaba tan marcada pero era sensual; los cabellos cubrían sus pechos y sobre su ombligo resbalaba miel, que parecía brotar de ahí mismo y caía hasta el recinto sagrado. 
     —He terminado— anunció, mientras ponía la última gota de rojo sobre la cereza que colocó en la vagina. Levanté la mirada y la mujer rubia había desaparecido, como lo hizo antes la pelirroja. La mujer de la pintura ahora estaba sentada a mi lado con una cereza entre las piernas. La tomó entre sus dedos y se la llevó a la boca. Después se levantó y salió de la habitación. 
     Seguía desnuda».

     Desperté. 

     


Pintura: Juben C. Iwag

domingo, 19 de junio de 2016

Los románticos de Cadereyta.

Diez de la mañana. 
     Tenía todo listo para partir —o al menos eso creí—, así que tomé mis cosas y salí del departamento. El destino era Querétaro, mientras aquí, bajo un ruido que no cesa, la ciudad de México se vestía de sirenas policiales, preludios futbolísticos y sombras desconocidas. 
     Hice una primera parada en los Correos de México, pagué el monto del paquete y retomé mi camino. Ya con un poco de prisa decidí apresurar el paso, rebasando a los lentos desconsiderados que se afanaban en obstruir el paso. No quería pensar en cosas importantes, así que hice una observación rápida y sin sentido: dos de cada diez personas que me encontraba, lo hacían mirando un teléfono celular, sin prestar atención a lo que ocurría afuera, en el mundo real. ¿Qué tan sintético se ha vuelto el humano y qué tan lejos se encuentra de su naturaleza? 
     Ya en Ciudad universitaria, tomé la ruta 4 del pumabús. Quince minutos bastaron para revolucionar todo mi organismo; el miedo irracional hacia la extrañeza de lo desconocido siempre fue un enemigo para mí. Importaba poco mi inexperiencia en investigación, el verdadero terror era el hecho de convivir cinco días con un montón de rostros anónimos y voces que hasta hoy me permanecerían ajenas, mudas, inexistentes. ¿Sería un martirio sin prórroga o un goce excepcional? 
     —¡Hola! Qué bueno que viniste...— me dijo Linda Mariana al verme. Vamos a tardarnos un poco —continuó—, si quiere puedes sentarte. 
     Siempre me había molestado la impuntualidad, pero en esta ocasión era lo de menos. 
     Aproximadamente veinte minutos después, un grupo de ocho personas subimos a la combi mientras que otros cuatro saldrían luego en una camioneta. Con el alma tranquila pero la mente inquieta, el sonido del motor anunciaba el inicio de un futuro incierto....

***

     Cinco días pasaron rápido. La realidad del asunto es que no fue nada de lo que yo esperaba, a decir verdad, jamás pasó por mi cabeza que las cosas serían de tal modo: Al final la suma ascendía a diecinueve personas —si no mal recuerdo— que compartían un mismo espacio. Todos ellos con una particularidad insólita, pero con el mismo placer por la Biología. Diecinueve biólogos que sabían del trabajo en equipo y también de la individualidad, que sabían de ocupaciones y también de relajación. Sabían de esfuerzos, batallas, tormentos y metas, sabían la vida con alcohol, tatuajes y alguna que otra droga. Ilse y su manera peculiar de saberla atractiva; Bere y su fe católica; Tania, la chica de los dreadlocks y personalidad de hierro, magnética, seductora; Aida misteriosa; Donagy y sus labios carnosos; mi asesora 'Meli' con su voz aguda y alegre; su hija y la belleza de la juventud adolescente; Sandino afable, benévolo, seriedad festiva; Bruno enigmático y secreto; los tres chicos que laboraban aparte, entre ellos Magda y su dulce voz, su afinidad en el canto y la belleza floklórica; Ruth y su esposo, un gran dúo y a la vez desigual; Isabel, tan discreta en acción pero tan llamativa en belleza... Pero de todos ellos, hubo 5 individuos que llamaron especialmente mi atención: 
  1. Mariana Cano: Identidad única, sin copias ni clonaciones. Un tanto vulgar y no obstante, con la gracia de quien vive para borrar los errores, los problemas y bajones.
  2. Natalia: ¿Acaso es posible encontrar mujer más tierna? Dotada de una lindura divina, labios coquetos y voz suavecita, que penetra hasta la oscuridad del ser y lo llena de luz. Delicada, sublime, una presencia extranormal, casi fantástica. A ratos callada a ratos bromista, con la inocencia a flote y los ojos que te absorben en un sueño quedo, melódico.
  3. Esteban: Un niño disfrazado de maestro. Con la infantilidad y la alegría que requiere el mundo. Un punto medio entre madurez y niñez, en donde la vida parece ser encantadora sabiéndola tratar. Un colega más dentro de este ejército de soldados que buscamos la felicidad global aún sabiendo que es una simple utopía...
  4. Linda Mariana: Dientes pequeños como de elote, elaborados por los dioses para traernos a nosotros la sonrisa más exquisita que pueda existir. Risueña, de ojos pequeños, morena. Mujer servicial, trabajadora, llena de un no sé qué que alborota y tranquiliza al mismo tiempo. 
  5. Este último, es un individuo en plural; pueden llamarle "Los románticos de Caderyta" o "Los tormentosos", da igual porque todos son uno, ángeles y demonios, luchas y organización, pasión y cansancio, vida y muerte. Ellos decidieron llamarse así, en un día cualquiera, con personas cualquiera, pero con intereses comunes. 
     Ellos, ellos saben mucho del estudio científico de la vida. Ahora una nueva pregunta surge en mi cabeza: ¿Qué tanto saben de la realidad? 






sábado, 11 de junio de 2016

«Ven, seremos»

—Es curioso como la vida se encarga de colocar imposibles en nuestro camino. Más curioso aún es saber que estamos dispuestos a tomarlos. O eso sucede conmigo, al menos. 
     —Sí, no hay placer en lo posible, En lo posiblemente inmediato, quiero decir... ¿Lo harás? 
     —Puede ser, aún no estoy decidido. La verdad es que hay algo que no termina de atraparme. No sé si estoy listo para aventurarme en la misión de una conquista. 
     —Nada peor que quedarse con la sensación del: «¿Qué hubiera pasado si...?»...
     —Sí, sí. Ya sé. Esta noche queda decidido, lo prometo.  
     —Más te vale.
     —¿Te veo mañana?
     —Como siempre. 
     
     La realidad del asunto es que ya había tomado una decisión. Le enviaría una carta sin esperar nada de ella. Es decir, con la esperanza de una respuesta, pero sin la convicción de que sucediera. Al llegar a casa hice todo lo que debía tan rápido como pude, y al dar las ocho, mandé un mensaje a Raquel para confirmar mi sentencia. Después, tomé un cuaderno y comencé a escribir: 
     
     «"Puedo darle un origen a nuestros nombres.

     Aún no puedo darles un destino".

—Carlos Fuentes»
     Tengo cierta manía de iniciar siempre un escrito con alguna cita literaria, aunque no siempre tengan que ver con el contenido. Como no tenía mucha idea de cómo comenzar, decidí dar inicio con lo que esa misma tarde había hablado con Raquel:

 «Es curioso como la vida se encarga de colocar imposibles en nuestro camino. Más curioso aún es saber que estamos dispuestos a tomarlos. O eso sucede conmigo, al menos. 
     Nunca había había escrito una carta que tuviera que enviarse por correo. Sólo lo hice una vez en la primaria; pero el buzón estaba dentro del salón, y el cartero —un compañero de clase, que además era mi primo— tenía como labor entregar y recoger cartas de cada mesa. ¿No suena demasiado estúpido? Ni modo, así lo voy a dejar.  Era divertido e interesante, pero de ahí en fuera, no estoy familiarizado con la repetición del detalle.  ¿Es que acaso la costumbre epistolar se ha perdido? O quizás simplemente ese mundo me ha permanecido ajeno (hasta ahora). 
     En fin, no estoy aquí para explicarte los antecedentes de esta carta, sino el porqué de ella.
     Pues bien, aunque sé que mucho ya lo conoces, aún así quiero explicarte un poco de lo que en mi mente acontece: En efecto, mi gusto por ti no es cuestión de personalidad. ¿Se escuchará demasiado agresivo? Pero no puedo mentir, así se queda. Cómo tú lo has dicho, prácticamente lo único que conocemos el uno del otro, es tan sólo el nombre, la etiqueta. Y bueno, específicamente lo que me gusta de ti es tu rostro —un mero placer físico—. Te cuento, noté en tus ojos el encanto infantil de saberlos deseados, en tu sonrisa la descarga electrizante de un hechizo y tu nariz... hmmm... es perfecta. Sí, sí, perfecta. Así, no más. Sonará absurdo pero es lo que más que gusta de ti, la nariz. Qué tontería, definitivamente soy un tanto patético. 
      La vida está llena de coincidencias, algunas provocadas y otras accidentales. El verdadero misterio está en saber si es obra de algún dios, del destino o de nosotros mismos (Yo sor partidario de esto último). La vida, en esta ocasión, se encargó de hacernos conocidos apenas perceptibles, como un susurro; pero también nos dio tiempo, para hacer de esta "coincidencia imperceptible" una "casualidad ruidosa y cicatrizante", llena de grandes recuerdos, de preciosas remembranzas.
¿Y si obstáculos se presentan? Venceremos. ¿Y si los celos nos carcomen? Venceremos. ¿Y si tu padre no me acepta? Venceremos. Venceremos todo lo que nos plazca, al demonio mismo si así lo quieres. Sólo tienes que confiar en mí, y echar raíces. 
  Ven, seremos. Después te cuento qué...»



jueves, 2 de junio de 2016

Paréntesis.

¿Les ha pasado que la vida pierde sentido al toparse con un par de labios? Y es entonces cuando los oídos fallan pero los ojos quedan perplejos e idiotizados. No sabes que hacer porque has dejado de poner atención a las palabras que callan en el camino y lo único que puedes percibir es ese movimiento leve, seductor, electrizante, que no hace más que acelerar tu corazón hasta el colapso. La voz que surge de ellos se pierde, al mismo tiempo que retumba en tu piel hasta erizarla con su dulzura. 
     ¿No?
     ¿Jamás han sentido el terror de verse atrapados en la fortaleza de la ternura? Cuando el deseo es más fuerte que la voluntad pero más débil que la valentía. Cuando miras; miras y no paras de mirar, porque es lo único que parece funcionar. Ya no existe una respiración normal, tampoco el sabor amargo de la vida. No hay suavidad en el tacto ni percepción de los silencios. Sólo vive la visión perfecta de los sueños en sus montes carnales. Labios en forma de M que parecen pronunciar mi nombre eternamente. 
     ¿No? 
     ¿Nunca sufrieron de utopías? Sueños inalcanzables y sin embargo tan cercanos. Sentir como las fantasías te tocan sólo para romperse a centímetros de distancia. Sentir el contacto magnético de una separación. En absoluto, si tuviera que elegir al verdugo perfecto, sería el tenue roce de sus labios. O la crudeza de saberlos lejanos, da igual. Y es que no sólo son carne y lujuria, sino toda la verdad que esconden tras de ellos (Paréntesis, escape floral color rojo oscuro algunas veces, rosa tentación muchas otras). 
     ¿No?
     ¿La vida jamás les regaló semejante tortura? Qué desafortunados. Morir en las flamas de una boca resulta ser la mejor manera de renacer. Ya lo dijo el ave fénix. La verdadera misión está en alcanzar el fuego. Incendios, combustión, fogatas que aniquilan. Ardor sabroso que fragmenta el alma, que alimenta, que cura. 
     ¿No?
     ¿Dónde están los dioses y los cielos ahora? Parecen haberse extinguido en la extrañeza de un mundo de mayor poder, en donde los hombres se han dado cuenta que la única divinidad existente yace en la humedad labial, en el calor humano, en la mano del demonio. 

     Lo cierto es, que a veces el mejor contenido no lo encuentras en toda una historia, sino encerrado entre paréntesis. 
     


domingo, 22 de mayo de 2016

Aquí estamos.

«Así estamos, cada uno en su orilla,
sin odiarnos, sin amarnos, ajenos».
-Mario Benedetti


Aquí estamos, con las miradas contrarias, los horizontes opuestos y las palabras escondidas. Existe una línea imaginaria que separa nuestros mundos: la indiferencia. Nos damos la espalda buscando encontrarnos, y mientras nuestros corazones aclaman una media vuelta, nuestros ojos cegados permanecen en una terquedad insana. ¿A dónde planeamos llegar? Basta con dar un pasito en retroceso para impactar con lo imposible, lo inesperado, lo anhelado. 
     No hay que huir. No hay que desistir. La felicidad está más cerca de lo que parece. Sí tan sólo un poco de valor atacara nuestros cuerpos, sólo eso bastaría para iniciar una guerra que promete culminar con una lluvia de misterio enternecido. Un poco de sangre en la batalla. No más. Un poco de sangre, un poco de furia, un poco de violencia no le viene mal al preludio de un futuro incierto. 
     Antes de comenzar el juego, debemos conocer las reglas.
     Aquí estamos, y aquí estaremos si no hacemos algo pronto. Creo que por esta vez, mirar hacia atrás no resulta ser mala idea. Echa un vistazo y verás. Pero por favor, no esperes que yo haga todo el trabajo. La cobardía es un asunto del que muchos presumen, incluyéndome. Así que no pongas en mis manos el peso de una unión, más vale actuar juntos. ¿Te digo algo? El tiempo y la distancia son dos cosas que o juegan a nuestro favor o se convierten en nuestro peor enemigo, y en esta ocasión pueden terminar por sabotear las oportunidades.
     ¡Vamos! ¿Por qué resulta tan difícil girar hacia la lucha? Con las miradas como puños y los besos como balas, no necesitaremos de paz que calme nuestras almas. Luchemos, que la vida se nos acaba. Luchemos porque las caricias lo piden. Clávame palabras en el pecho. Coloca recuerdos en flechas, las flechas en arcos y el blanco en mi frente. Dispara hasta que mi mente esté llena. 
     Seamos todo menos cobardes. 
     Ya basta de valentías quebrantadas. Que si algo requiere el amor, es la osadía de quererse juntos. 

     Aquí estamos.
     La pregunta real sería: ¿aquí seremos?




domingo, 15 de mayo de 2016

Música para mis delirios.

«Ellos dos formaban uno. Ella dejaba que él la tocara 
y en agradecimiento por sus caricias y por su amor
daba sonido para que él cantara al aire»
-Melany López



     Mujer cadencia. Mujer armonía. Mujer ritmo. No tema de mí. Acérquese pasito a pasito, de puntillas, y deslice ese vestido que le estorba a este instrumentista para tocar la mejor melodía de todos los tiempos. 
     Vamos, deje que le muestre. 
     Si usted me lo permite, quiero invitarla a hacer del tacto el arma más poderosa, y del sonido los gritos de guerra, de amor, de consuelo. Mi intención no es más que musicalizar los ecos de su espíritu. 
     Por favor. Deje que toque las cuerdas de su alma hasta derretirla en sinfonías, y permítame ser la clavija que acomode las tensiones innecesarias. Si usted me concede el privilegio, besaré su cuello, aumentaré las teclas en su sonrisa, haré que su cuerpo murmure y emita silbidos de alegría. Deslizaré mis manos por sus costillas, lenta, apasionadamente, hasta llegar a las efes de seducción. Y la tomaré por la cintura: mujer guitarra. Y la estrujaré con fuerza, tanta que su madera fina quedará hecha pedazos —el precio del querer—. Si Dios lo permite, acariciaré su puente, y mis labios recorrerán su extensión con resonancia poética. Reposaré sobre su mentonera. Dejaré atrás las cubiertas y me adentraré en el son de lo infinito. 
     No busque más. No hay mejor gramófono que el amor. 
     Usted, mujer saxo, tiene el jazz que requieren mis tormentos.
     Usted, mujer armónica, tiene el blues que calma mis desgracias. 
     Señorita batería, es dueña del rock'n roll que impulsa mis rebeldías. 
     Niña trombón, soul de mis tristezas. 
     ¿Y qué si el mundo no se cura con tarareos? 
     ¿Y qué si las heridas no sanan con cantares?
     La música alegra, y la alegría enloquece. Y de la locura nace el cariño y en el cariño se cría la música de mis delirios. Te crías tú. 
     Toma mi mano, porque la vida acaba cuando el último soplo de trompeta se desvanece...
      








viernes, 6 de mayo de 2016

Corbatas azules.

—¡Hey, hey! Espera. Ponte tu corbata azul.
     —Por supuesto.
     Una vez hecho esto, nuestro viaje comenzó.
     —Afuera, en un mundo que ya no existe, todo es silencio. Tu corazón palpita, el viento golpea y tus ojos siguen observando. ¿Qué ves?
     —Las nubes moviéndose, los árboles moviéndose, el agua corriendo... Y a ti. 
     
     Era una cabaña grande, grande. La señora que vendía cuarzos no estaba esta vez, gran detalle de su parte. «Me gusta ir porque es muy bonita», me decía ella, «...Y está rodeada por... hmmm... una especie de río que se desborda ligeramente». Su voz sonaba cálida, indefensa y enternecida. «...y va formando... hmmm... pequeñas líneas de agua por todas partes...». 
     Sin importar que nuestras ropas pudieran mojarse, nos sentamos a orillas del Río. Por encima de nosotros, las nubes se mudaban, los pájaros se quedaban, y los universos se detenían. 
     Las notas musicales de una guitarra lejana comenzó a escucharse, al son de una letra que ambos conocíamos a la perfección; «Fuimos a hacer el amor, y parece que volvimos de la guerra», comencé a cantarle al oído. Sentí como su piel se envolvía en escalofríos y me pedía a gritos un abrazo. «Rompamos juntos la barrera del sonido», yo; y ella, al fin reaccionando: «...cuando el gemido se coma el ruido»
     Casi sin sentirlo, una lágrima caía por su mejilla derecha. No era una lágrima de tristeza, sino de alivio. Una lágrima revolucionaria que, harta de vivir oprimida por la fortaleza de una guerrera, decidió escapar. Una lágrima distinta a las demás, como ella. Única, incomparable, infinita. 
     —Me gusta cuando sonríes, es como entregarse a plena voluntad a una demencia celestial. 
     —Me gusta cuando me hablas, porque me haces sonreír—susurró con coqueta sencillez. ¿Podemos ir adentro? —continuó—. El frío me está matando. 
     —Claro. 
     El olor que desprendía la naturaleza de la cabaña resultaba exquisito, dulce, seductor , aventurero. Ella preparó dos tazas de café y, junto con unos panecillos, nos sentamos a un lado de la ventana. La lluvia había comenzado, ligera y embriagante. A cada sorbo y a cada mordida, el tiempo se iba agotando. Las campanas repiquetearon como anunciando el final de una pequeña inmortalidad y nosotros, bajo el cobijo de unas sábanas blancas, cerramos los ojos. 
     El vapor del café, las migajas de pan y la nube gris del cielo fueron testigos de lo que después sucedería:
 «Imagina que no estás imaginando», le dije. Mientras que en nuestra realidad alterna, lo único que quedaba en nuestros cuerpos, eran ese par de corbatas azules. 




viernes, 29 de abril de 2016

Esperando.

—¿Misael? ¿Estás aquí?
     —Sí.
     —¿Qué haces?
    —Esperando.
     —¿Qué esperas?
     —...
     —¿Qué? ¡Respóndeme!
     —Sólo necesito tiempo.
     —¿Tiempo? Es justo el que acabas de desperdiciar. Lo siento pero el cuerpo que hoy carga conmigo —tu alma— no pertenece al hombre que yo conozco. Hoy cometiste una gran estupidez. 
    —Lo sé.  
     —¿Y luego? ¿piensas quedarte ahí sentado?
     —Al menos hasta que mi guerra cese. 
     —Verdaderamente no sé qué demonios pasa contigo. ¿Y la valentía? Te recuerdo que me hiciste una promesa: dijiste que dejarías tu cobardía. ¡Ya eres un adulto, carajo! No quiero que, sin más, te quedes ahí, con las nalgas pegadas a una silla opresora y tirana. ¡Levántate, chingada madre! Ya deja atrás a ese niño débil. Es hora de despedirte de ese maldito infante sin agallas, de esos berrinches y las estúpidas ganas de dejar el mundo por un mísero error. ¡Levántate como siempre lo haz hecho! Creo que, a esta altura, ya no estás para entregarte a un dolor que bien sabes que puedes desechar...
     —Tal vez no quiero.
     —¿Qué dices?
    —Que quizá extrañaba sentirme derrotado. Mis victorias ya han sido demasiadas. Hace mucho que no sentía este maldito terror. Tal vez me apetece entregarme a esta jodida impotencia que me tiene atado de brazos. Sólo así puedo aprender...
     —Estás sonando como un verdadero perdedor. Alguna vez oíste por ahí: «Que la vida de lecciones no significa que tú estés aprendiendo» ¿correcto? Pues déjame decirte que es lo que haces. Más bien yo diría: «Aprendes pero no corriges». No seas ingenuo, por favor. Tienes un gran problema, y es desperdiciar las oportunidades que se te presentan. ¡Abre los ojos! Haz ganado muchas veces, es cierto, pero con circunstancias que tú mismo provocas, y está bien, pero no está de más aprovechar lo que la vida te regala. 
    —Puede que tengas razón. 
     —Nada de "puede", tengo razón...
    —Es que ella...
    —¿Ella qué, con un demonio? ¡Es sólo una mujer! 
   —Pero es distinta. Tú bien sabes que sólo ha sido con ella con quien no he podido derrochar valentía. No es como las demás. Hay algo en ella que rompe esquemas. Su sola presencia hace que destroce cada paradigma y estereotipo existente. Ella tiene un poder especial. Y no sé cómo vencerla. ¿Viste sus ojos? Hoy lucían espectaculares. ¿Qué hacer ante semejante imposición? Te juro que no soy yo, es ella y su excepcional manera de existir. Uno no puede ser valiente así, es como enfrentarte a un ejército de dragones, con tan sólo un cepillo de dientes como arma. 
     —Pues no sé cómo le hagas, pero el hombre que en estos momentos estoy observando, no merece cargar con el nombre que le fue asignado. Ese nombre es exclusivo para el guerrero que yo conozco. Ese nombre sólo puede ser portado por alguien que sobrepasa los límites de lo limitado. Ese nombre es para quien no se deja atrapar por absurdos. Si crees que estás apto para ocupar ese puesto, adelante, no te detengo. Es más, te perdonaré esta y muchas más. Pero el día que me desesperes te juro que te abandono, por no decir que es lo mismo que quitarte la vida...
     —Espera...
     —Sí, dime.
     —Si la ves, dile que la estuve esperando. No sólo hoy, puede que toda la vida...

martes, 26 de abril de 2016

Yuzuni.


Yo, en el fondo del salón. Ella al frente, en la primera mesa. 
     La clase era un caos, pero la tranquilidad que me producía el sólo mirarla lo contrarrestaba. Ahí estaba, sentada como si nada, como si todo, como si nunca, como si siempre. Los cabellos de avellana cayendo al borde de sus hombros; la sonrisa envuelta en un par de labios malditos, delgados y seductores; los ojos encerrados en el misterio de su pequeñez y el placer de sus tonos marrón. Tenía las mejillas de bombón y la nariz de Cenicienta. 
     Se puso de pie un momento y pude contemplar su figura: delgada, discreta, sensual, posesiva. 
     «Su nombre es Yuzuni», escuché que me decían. «Significa "piedrita en el camino"». Sin duda no hacía falta más que esas cuatro palabras para describirla. Una piedrita llena de ternura y con pólvora en el cuerpo, de esa pólvora que hace estallar sentimientos y fantasías. Una piedrita que encontré en mi camino, instantánea y fugaz, una piedrita que kilómetros después habré olvidado y viviría en mi mente tan sólo unos segundos de eternidad salvaje. 
     Ahí estaba, sentada como si nada, como si todo, como si nunca, como si siempre. Y yo, en el fondo —del salón, de sus pensamientos, de su vida—, sonriendo como estúpido, imaginando imposibles, latiendo a pensamientos, brotando sangre a través de la pluma... Y yo.
     Ella seguía allí, entre risas y recovecos, con mi alma entre sus manos y repartiendo felicidad a mis pupilas. 
     Sesenta minutos corrieron rápido. La clase había terminado y mientras todos recogían sus cosas yo la observé por última vez. Pronto el salón quedó vacío de personas, pero lleno del recuerdo más sencillo, auténtico y vibrante de mi existencia. 
     Mientras bajaba por las escaleras, sentí como su imagen se iba borrando. Afuera, con cada grito del viento se desprendía de mí una parte de ella. Como hojas de árbol se fueron alejando sus ojos, su sonrisa, sus mejillas, su cintura.
      A cada latido, a cada susurro, se desvaneció en la inmensidad de una memoria de alcohólico, pero seguía viva en algún rincón de un corazón de poeta... 



domingo, 17 de abril de 2016

Perdóname, Sor Juana.

«Te he dejado pensando en muchas cosas,
pero ojalá pienses un poco en mí
».
-Mario Benedetti.


Que tengo la habilidad espantosa de saber tomar malas decisiones, dicen los ángeles de mi hombro. Que de todos los caminos posibles, siempre elijo el peor. El más complicado, el laberinto sin fin. Y es que no puedo encontrar placer en conseguir lo que quiero cuando quiero y como quiero. Si no hay lucha no es victoria. Punto. Que siga siendo un guerrero, dicen mis demonios. Que lo estoy haciendo bien y los resultados me van de maravilla. Me dicen que a pesar de todo, hay una cosa en la que nunca me voy a equivocar, y es elegir a quien darle mi amor.
     ¡Cuánta razón tienen! ¡Al diablo con los ángeles! Ellos no saben de amor. En cambio, yo sé que quiero amar hasta quedarme sin dientes. Que existen mujeres a las que les gusta el romance y otras a las que no. Yo voy por las primeras, las demás que se pudran en sus facilidades. Que no es victoria si no hubo lucha, digo yo. Entonces, no puedo querer sin antes haber conquistado. No puedo adorar a quien no me dio guerra y se aferró a su soledad. No puedo amar si no me rechazaron cuando menos una vez y mucho menos si no me causaron noches de insomnio. Si no me inspiran a escribir, a reír, a llorar mientras la pluma corre por los papeles, si no me duelen, si no me agitan, si nada pasa de extraordinario, si no estuve a punto de sentir que el mundo se acababa, no vale la pena.
   Yo sé amar como los profesionales, como los anárquicos viejecillos del siglo pasado. A regañadientes y puntapiés de desesperación. Con cartas, flores, poemas y pasión. ¡Sé amar con el corazón!  Sé amar con sinceridad, y soy consciente de que no se ama a cada minuto. Puedo encontrar a la mujer correcta, llena de universos insondables y apetitosos.
     Soy un maestro en el estricto arte de los caminos largos. Me parece una verdadera delicia tener que soportar todos esos infiernos alrededor de una simple mujer.
     Es una lástima. Semejante habilidad debería ser digna de un premio nobel.
     Para mi mala fortuna, saber amar no es algo que pongas en tu currículum...


sábado, 9 de abril de 2016

Bestias anarquistas.

¡Gracias!
     En verdad, muchas gracias.
     Gracias por haber descubierto el fuego, por elaborar herramientas de piedra y después perfeccionarlas. Gracias por haber desarrollado la ganadería, la pesca y la agricultura. Gracias por darse cuenta que de una semilla surgen frutos deliciosos y cosechas peligrosas. Gracias por venir desde Etiopía, por sobrevivir a la explosión del volcán Toba, por cruzar Europa, Asia, Oceanía, África y América. Por atravesar el estrecho de Bering y poblar nuestras tierras. 
     Gracias por emitir las primeras palabras, debió ser muy difícil. Por dejar a un lado las incertidumbres y los cambios innecesarios. Por brindarnos capacidad de adaptación y supervivencia de hierro. Gracias por evolucionar, hacer ciencia y desarrollar la tecnología. Por crear sociedades y jerarquizar poderes. Por hacerle saber al mundo que es posible un cambio. Para bien o para mal, ustedes lo lograron. 
     ¡Gracias por haber pensado diferente! Por no seguir al resto y volverse sedentarios. Por domesticar a los perros y hacerlos nuestros mejores amigos. Por no conformarse. Por buscar siempre una solución; inventar la medicina, acabar con epidemias, crear las guerras. Porque sí, hasta las guerras se les agradece, sin ellas las cosas serían diferentes, no sé si positiva o negativamente, pero distintas, al fin y al cabo. 
     Gracias, por haber creado la tinta, las plumas y los folios. Por inmortalizar la música y la pintura, la escritura y el baile.
     Pero especialmente, gracias a ese par de bestias libertarias que dejaron la idea de procrear sólo con sexo. Que se miraron a los ojos hasta compartir sus almas. Que se tomaron de las manos, que caminaron juntos y tropezaron en el intento. Gracias a esa pareja de primates que, en un suspiro, dieron pie a la poesía, a los infiernos, a los cielos, a los soles. A esos dos que inmortalizaron a la Luna e hicieron de ella el mejor regalo entre enamorados. A esos dos que con caricias crearon nuevos universos, que con palabras dictaron las nuevas leyes. A ese macho que decidió que era buena idea tomar las rosas como obsequio, y los tulipanes, y los girasoles y los lirios.  

     A ese par de enamorados, quiero agradecerles por hacer de un simple beso, la creación más espectacular de la historia: el Amor. 



domingo, 3 de abril de 2016

El bosque, el lago y la estrella más brillante.

El bosque.

Allá, en la intimidad del bosque, los grillos cantaban. «Ellos no temen, no se aterran por la oscuridad entre los árboles. Al contrario, cantan dentro de ella. ¡Cuanta valentía!» pensé.
     Era una tenebrosidad sabrosa, sin aglomeraciones ni gritos, sin los rayos quemantes del sol y con una brisa apenas perceptible, pero deliciosa. «Los lugares más frecuentados se tornan bellos cuando viven desolados». Mi caminar era lento, con los ojos en todas partes y el alma palpitante. Mi mirada gozaba de una vista espectacular. «El bosque de noche, es como la mujer; de un intenso atractivo y con peligros insondables en su interior». Toda era tranquilidad y viento, oscuridad y miedo, árboles y euforia.
     Es fácil notarlo: las mejores cosas se observan bajo la negrura de la noche.

El lago.
   
     Caminamos unos minutos por el pasillo hacia el lago. De a poco la gente comenzó a divisarse, la mayoría ya montada sobre sus lanchas y otras cuantas al borde del agua. Habíamos llegado tarde. El lago y su lobreguez lucían apetitosos, arriesgados y omnipotentes.
     Ahí, entre los salvavidas y las sombras, estaba la esencia del arte. Con un centenar de almas flotando, con la pantalla cinematográfica al frente y la emoción infantil viviendo.

...Y la estrella más brillante.

     Bueno, esta estrella no se encontraba en el cielo. Estaba a mi lado, con su cabello de oro semiondulado, los labios delgados, la piel de fantasma y las piernas largas. Sentada sobre el suelo con las manos apoyadas, un leve roce de sus dedos bastó para crear el firmamento.
     Ahí, entre los salvavidas y las sombras, estaba la esencia del arte, pero aquí, entre su cuerpo y el mío, estaba la esencia del amor...




jueves, 24 de marzo de 2016

¡Bendita hipocresía!

«Cada quién su infierno, supongo».
-José de la Serna


Ella tenía una forma muy particular de sonreír, y era a través de sus ojos.
     ¡Maldita hipócrita!
     Cuando sonreía por la boca, con ese gesto vulgar de entreabrir los labios y enseñar los dientes, no hacía más que mentir. Detrás de esa dentadura blanca y perfecta, no había más que tristeza y martirio.
     Tardé demasiado tiempo en darme cuenta: el secreto estaba en los ojos. En su mirada.
     Ella no suplicaba con humillaciones.
     No se carcajeaba por la boca.
     No me acariciaba con las manos.
     No me besaba con los labios.
     No me torturaba con palabras.
     Jamás me sedujo con sus piernas.
     Ella era ella siendo otra persona.
     Nunca escurrió lágrima alguna por su mejilla.
     No caminaba con los pies.
     No respiraba por la nariz.
     Su placer no estaba en la vagina.
     El centro del universo jamás fue su ombligo.
     Su arma mortal no eran los besos.
     El calor jamás estuvo en su cuerpo.
     La suavidad no se encontraba en su piel.
     Nunca se entregó con el alma.
     Nunca dijo un «Te amo» con palabras.
     Todo estaba en sus ojos.
     ¡Carajo, hasta cogía por los ojos!
     Desafortunadamente, la muy hipócrita me hizo creer que en efecto, todo era al revés.
     Y me destrozó el corazón.
     Y me regaló los mejores días de mi engañosa vida.
     Y me habló por los ojos.
     Lo demás fue mera mentira.
     Ella tenía una forma muy particular de sonreír, y era a través de sus ojos
     ¡Bendita hipocresía la tuya!




domingo, 20 de marzo de 2016

Los hombres de fuego.

«¿Desde hoy a cuántos versos estoy de la muerte?»
                                                                 -LosPetitFellas

Existe un grupo de personas que merece el infierno, y son los que escriben poesía. 
     Este tipo de sujetos suelen ir por la vida destrozando corazones, enamorando almas, ilusionando mentes, enloqueciendo cuerpos. Si un día te ofrecen el paraíso, no les creas, estos individuos suelen regalar sufrimiento disfrazado de millones de gestos románticos y palabras melosas. Ellos no te ofrecen una vida juntos, sino una muerte juntos. En cada respirar te robaran el aliento, venderán tu alma al diablo y sacrificarán cada centímetro de tu piel en un incendio pasional. Si crees que los puedes domar, adelante, inténtalo. Ya después me cuentas quién domó a quién. 
     Los hombres de fuego no son más que espectros enviados por satanás, ocultos bajo capas de piel humana aparentemente sensible y silenciosa. A veces se vuelven el agua que humedece lugares secretos, o el viento que agita con fuerza los cabellos, o la tierra que resbala entre dos mundos. 
     Si de casualidad te topas con uno, corre para salvarte o aférrate para perderte. De cualquier manera, por uno u otro camino sentirás su presencia ausente. 
     Cuenta la leyenda que eran los favoritos de Dios, su mano derecha. Sin embargo, la historia cambió cuando estos se volvieron mejores que Él mismo. Muy pronto se convirtieron en los amos del amor y la aversión. Ellos controlaban la lluvia para quererse o para matarse de tristeza. Manipulaban la primavera y el invierno. Ellos crearon el Otoño para los felices y desamparados, según le conviniera. Hipnotizaron a los reyes para luchar por sus amadas en guerras aparentemente territoriales. Y fueron expulsados.
     Así es como Dios trajo a la Tierra a los hombres de fuego, cubiertos bajo una máscara con etiqueta de «Poeta»...


sábado, 12 de marzo de 2016

Manifiesto de un árbol ondulante.

La calle estaba vacía casi por completo. La poca gente que transitaba los caminos, cargaba con abrigos gruesos, guantes, bufandas y algunos paraguas. El clima se tornaba bipolar, con cambios de estado cada cinco minutos, pero eso sí, con un viento exquisito que golpeaba con frescura.
Yo cargaba con una chaqueta delgada que permitía al frío traspasar hasta mi piel, y aunque tiritaba por su intensidad, me sentía enteramente complacido por su dulzura.
     Me senté en el primer banco que encontré, mientras una llovizna leve caía junto con unos rayos de Sol. Una ventisca que venía del Oriente atacó con furia, haciendo ondear a todos los árboles, excepto a uno. Me maravillaba el hecho de mirar las hojas moviéndose al ritmo de una música inaudible pero existente, con las ramas crujiendo cual maracas melodiosas y los pajarillos volando a quién sabe dónde.  Después de unos segundos nuevamente se sintió el golpeteo, y nuevamente el árbol se mantuvo inmóvil. ¿Qué carajos estaba sucediendo? Así ocurrió otras cinco ocasiones, con todos a su alrededor yendo y viniendo y él, simplemente, reposando en rebeldía.
     Finalmente, cuando una brisa tibia atravesó el lugar, el árbol dio una sacudida nerviosa. Con timidez me acerqué de a poco hasta donde estaba el dichoso soberano.
     —¿Qué miras muchacho?
     No pude más que dar un paso hacia atrás, después me quedé paralizado. ¿El árbol me estaba hablando?
     —¿Qué es lo que te sorprende?
     —¿Te parece poco que un árbol me esté hablando?— logré soltar.
     —Tal vez deberías ser más atento. Todo el tiempo lo intentamos.
     —¿Por qué... cómo... cómo es que pudiste permanecer inmóvil ante tan fuerte viento y con tan sólo... con tan sólo un empujoncito... ¡Cómo!?
     —Me parece increíble que el humano aún no pueda entender algo tan simple. ¿Tú que crees? Uno no puede dejarse llevar por la primer muestra de poder. Uno no puede sin más, dejarse llevar por algo que parezca irresistible, o por lo que todos se vuelven locos. No mi amigo, no hay que ser ridículos seres sin razonamiento. ¿Ya lo entendiste?


Abrí los ojos, con la espalda fría y temblando, recostado sobre el banco. Por supuesto que era un sueño. Sin embargo, el sueño no siempre está tan alejado de la realidad; constantemente, desde niño, me gustaba sentarme a observar cómo se movían los pinos, los naranjos y las jacarandas, porque eran señal de vida, porque antes de moverse, no eran más que sujetos envueltos en timidez, en misterio y resignación, como miles de personas en el mundo (entre ellas, yo). Dejar correr las hojas significa liberarse y al mismo tiempo permanecer atado a lo que eras, eres y serás. ¿Por qué el árbol no se movió con las ráfagas de aire? Sencillo, no era el viento correcto. El viento, para los árboles, es el equivalente al 'amor de la vida' de cada humano. Hay que encontrar el adecuado, hay que moverse por el adecuado, hay que temblar, reír, llorar, explotar, revivir, calcinarse por el adecuado. Los demás no son más que vientecillos ocasionales, apenas un soplo que no logra levantarte ni un sólo cabello. No se trata de la fuerza, el poder o el engañoso placer que puedan darte, sino de la delicadez con que logran enviarte a un infierno paradisíaco.
     ¿Quién, si no tú, podría mover mis ramajes y destruir mi tronco en mil pedazos?



sábado, 5 de marzo de 2016

Breve historia de un marciano y una mujer.

Al salir del bar, comenzamos a caminar en medio de la negra noche. Así, a esas horas nocturnas y sin la multitud fastidiosa, la ciudad se tornaba color perfección. La incandescencia de las luces amarillentas contrastaban finamente con la lobreguez mansa de una ciudad menospreciada.
     Bella y risueña, ella caminaba a mi lado, con una alegría que demostraba que le había gustado la poesía de José de la Serna y sobre todo, el poeta. Su caminar era infantil y lleno de ternura, «¿cuánto más durará esta amistad?», medité, mientras la observaba, igualmente feliz. Seguimos avanzando hasta sentir un leve golpe en la nuca, segundos después de un destello alucinante.
     Cuando despertamos, un espacio metálico y sin chiste nos rodeaba. Parecía cualquier laboratorio tecnológico de alguna caricatura, sólo que este carecía de grandes avances o cosas increíbles. Al menos eso creímos.
     —¡Ah! Ya despertaron—, nos dijo una voz que recitaba un español machucado y grotesco. Seguramente un extranjero. Una puerta deslizable se fue abriendo con lentitud, hasta dejar ver a quien parecía un verdadero extranjero, no sólo del país, sino del planeta mismo. La piel escamosa, de forma humana pero enrarecida, los ojos saltones y los labios anchos. Su tez era levemente rojiza y su cuerpo tenía una delgadez inquietante.
     —No se preocupen, no les haré daño. Los golpeé por accidente; la verdad es que los aterrizajes no se me dan muy bien. Quiero darles mis felicitaciones, en mi mundo la tecnología no está tan avanzada como el suyo.
    —¿De qué hablas? Lograste venir hasta aquí, algo que los terrícolas jamás hemos logrado.
    —No es gran cosa. En cambio, todo lo que tienen aquí es tan... magnífico.
     ¡Vaya sorpresa! El alienígena parecía realmente asombrado. Yo también.No por su aparición, sino por la impasibilidad con que controlaba el momento. Jaqui también estaba tranquila. ¿A dónde se habrían marchado nuestras emociones? Nos miramos y no pudimos evitar estallar en carcajadas.
     —Oye viejo, ¿qué es lo que buscas?
    —Nada, en realidad. Aunque, ya estando aquí, ¿qué es lo más preciado para ustedes los humanos?
     Levanté el dedo índice para señalar a mi compañera.
     —¿Ella?
     —Te explico— le dije. Sucede que aquí, en la Tierra, hay algo más valioso que el dinero, el oro o el universo mismo; les llamamos amigos, y no tienes idea de la riqueza que estos te darán. A su lado puedes vivir lo inefable, incluyendo esto. ¿En Marte qué es lo que tienen? Seguramente nada comparado con semejante tesoro. Créeme amigo mío, no hay nada mejor. Ellos te ayudan a sostener la tristeza que en ocasiones pesa tanto como cien soles. Ellos te roban sonrisas que ni el amor de tu vida logrará algún día. ¡Ella, extranjero curioso, ella puede sumergirte en los abismos con el único propósito de subir contigo a la cima de nuevo!
     —Pero no es brillante, no es grande— replicó confundido.
    —Es porque aún no haz conocido su corazón.
     —¿Corazón?
    —¿Ustedes no tiene uno? Ja, ja, ja. Ya veo, es por eso que deben ser tan pobres.
    —¿Dónde se consigue un 'amigo'?
    —En cualquier lado; no tienes que buscarlo. Siempre lo encuentras, por fortuna.
    —Pero...
     —Pero nada, anda a buscar a tu compañero de viaje.
     —¿Y si me regalas al que traes contigo? Ahora que lo dices, sus pupilas reflejan un gran valor.
    —Lo siento, viejo. Ella es mi Duvalín.
     —¿Duvalín?
     —Es una golosina. Mira, para terminar pronto, a tu Duvalín no lo cambias por nada.
     Jaqueline me dio un fuerte abrazo, de esos que te reconstruyen y te alimentan. Nos levantamos y nos fuimos. Atrás, dentro de su nave, el muchacho extraterrestre permaneció absorto hasta quién sabe cuándo.




sábado, 27 de febrero de 2016

Museo andante.

Tres de la tarde con cinco minutos. El caos de la ciudad se redujo a un silbido en mis oídos, que sólo puede ser escuchado al cerrar los ojos. La tranquilidad que en ese momento me invadía parecía ser excesiva, y no obstante, bastante placentera. Al abrir los ojos me encontré con decenas de personas circulando por el centro de la ciudad. El turibús paseaba con un montón de extranjeros que se empeñaban en tomar fotos a casi todo lo que veían. Algunos chicos vulgares levantaban el dedo medio a los fotógrafos visitantes y otros cuantos se limitaban a reírse del acto. Me levanté y caminé rumbo al palacio de Bellas Artes, pero tan sólo después de unos pasos decidí ir en otra dirección. Al llegar a la calle Justo Sierra doblé a la derecha y continué mi caminata, que se detuvo frente al antiguo Colegio de San Ildefonso. 
     «La belleza de lo imperfecto» se leía en un cartel al lado de la puerta de entrada. El título sonó tan atractivo que decidí entrar. La arquitectura del lugar siempre me ha gustado, o quizá sea más correcto decir que me fascinan las fachadas antiguas. 
     La fila de personas era corta y avanzaba con agilidad. Era mi turno, cuando detrás de mí sentí un ligero golpecito. «Lo siento», dijo una voz tierna y melosa, «venía leyendo y no calculé mi distancia». «No te preocupes», respondí. Era una chica bajita, con el cabello a la altura de los hombros y los ojos rasgados tipo oriental. Pero no era asiática, claro estaba. Eran de esos ojos excepcionalmente bellos, pequeños y brillantes, como sólo las mexicanas pueden lucirlos. 
     Entramos a la exposición, más mi atención no pudo centrarse jamás en lo artístico del museo, sino en la pieza majestuosa y monumental que había chocado conmigo minutos antes. Era delgada pero bien formada; las caderas anchas y mesuradas, las piernas parecían esculpidas por el mejor escultor de la antigua Grecia, una cintura de abeja y el cuello de lo más apetecible. No caí en cuenta de lo rápido que pasó el tiempo, pues de la nada, ya nos encontrábamos de nuevo afuera del espacio de exposiciones. Ella decidió subir al segundo nivel y quedarse ahí unos momentos. Desde abajo lucía espectacular, como princesa de balcón. Permanecí observándola embobado. hasta que ella se percató de mis miradas. Me sobresalté, lo cual provocó una sonrisa tímida y coqueta por su parte. ¿Eso no debería considerarse también un delito? Sonreír de esa manera podría acabar con la razón de miles de ingenuos como yo.
     Resignado a mi cobardía, salí del lugar decidido a volver a casa. Todavía deambulé unos minutos antes de meterme en el horno de nueve vagones: el metro. A esa hora seguramente iría a tope de gente y sería difícil transportarse, pero mi tranquilidad me orilló a no tomarle importancia. 
     Para mi sorpresa, la estación Revolución se encontraba casi vacía, con varios asientos disponibles. Ingresé al cuarto vagón y tomé asiento. Al llegar a Chabacano me bajé para tomar el transborde hacia la línea verde. Nuevamente me encontré con un tren bastante tranquilo. Ahora tomé asiento en el tercer vagón. Cuando las puertas estaban a punto de cerrar, la chica asiática-mexicana entró deprisa y se sentó a mi lado. No advirtió mi presencia, pues nuevamente iba sumergida en su lectura. ¿O acaso ni si quiera me había reconocido? «De amor y otras muertes horribles» por José de la Serna, era el dichoso libro que la entretenía tanto. 
     —Tiene usted unos ojos realmente preciosos— le susurré al oído, interrumpiendo su lectura. No supe de dónde había surgido el valor, pero ahí estaba, y no pensaba dejar que se extinguiera.
     —¿Ah sí?— dijo en respuesta, igualmente directo a mi oreja. 
     —Sí. ¿Sabe qué más me encanta de usted?— formulé de manera provocadora.
     —Muero de ganas por saberlo.
     —Su educación y sencillez. Si yo hubiera estado en su lugar, probablemente habría ignorado cualquier tipo de coquetería. En verdad agradezco que no sea así.
     Soltó una risita infantil. Era claro que no era eso lo que esperaba escuchar, sino algo más sensual y explícito. Toda esta conversación se mantuvo entre los labios y el oído. Nuevamente me acerqué, y con aire de misterio y lentitud, musité:
     —¿Por qué seguimos susurrando?
     Una nueva carcajada ya no tan retenida se escapó de su boca. 
    —Fernando Figueroa.
     —Patricia Delgado.
     Nos dimos la mano y un beso en la mejilla. 
     —El próximo sábado, a las tres, te invito un helado.
     —A la orden capitán. Ja, ja, ja.
     Y realmente eso era. No le estaba preguntando, sino informándole que era un hecho que nos veríamos. Porque a las mujeres suele gustarles la seguridad. El truco está en no hacerles preguntas sino afirmaciones. Esto, claro está, no responde a una ley universal.
     Sorprendentemente al mirar la estación en la que el metro se había detenido, me di cuenta de que ya estábamos en Iztapalapa, a tan sólo una parada de mi destino. ¿Había tardado tanto en hablarle?
     —En la siguiente bajo. Nos vemos el sábado.
    —Deberías darme tu teléfono.
    —No lo necesitaremos, Toma eso como una garantía de que ambos nos presentaremos sin falta.
     —¿Y si tengo algún inconveniente?
    —Confío en que harás lo imposible por deshacerte de él y acudir a nuestra cita.
     Le di un suave beso en la comisura de los labios. Sus ojos se cerraron llenos de ternura y pasión. El tren se detuvo, las puertas se abrieron y yo salí de ahí.
     En un asiento de aquél vagón del metro viajaba la que quizá podría ser la estatua de una diosa antigua que había cobrado vida. Una hermosa escultura que habría escapado del museo más prestigioso del planeta, un cuadro de Van Gogh o el lienzo sagrado de un rey pasado. No había arte que pudiera superar la belleza que se encontraba dentro de aquel museo andante. 
     Vaya uno a saber las grandes reliquias que guardaba dentro. Pero estaba dispuesto a averiguarlo...