martes, 24 de marzo de 2015

Al fin y al cabo.

     A la altura de un segundo piso, me hallaba envuelto en los brazos de mi amada. El cielo nublado anunciaba la pronta visita de la dulce lluvia. Uno a uno los besos me sumergían en un mar de luces, en aquél tornado de sentimientos que alteraban mi frecuencia cardíaca. En nuestro frente se podía percibir el ondular de los árboles, envueltos en la frescura del viento.
     Ella lucía encantadora. El estilo que portaba le otorgaba el doble de ternura que ya poseía; tennis en color blanco, mezclilla azul, blusa a cuadros y, debido al frío que se percibía, un suéter gris, y por encima de este una chaqueta color vino, finalizando con el toque especial: un listón rojo que rodeaba su cabello a modo de diadema.
     La primera gota cayó -o quizá antes de ella vinieron otras, pero vaya uno a saber- amenizando la tarde. Eran gotas de gran volumen, pero bellas. Las nubes comenzaron a movilizarse permitiendo al Sol echar un vistazo. ¡Maravilloso! Las gotas de lluvia se transformaron en chispas de luz y debido a su grandeza dieron lugar a un espectáculo impresionante.
     Y así, admirando la lluvia y el destello ahora formado en el cielo, me fui deslindando de preocupaciones, de intrigas, de bajones, porque al fin y al cabo, a eso venimos, a batallar en combates que nos matan de a poco, pero al mismo tiempo, nos alimentan de experiencias y nos llenan de vida, y todo reside en nuestro modo de enfrentarlos, de aprovecharlos. De negarlos si así lo deseamos...