domingo, 31 de mayo de 2015

Paraíso terrenal.

     Mi caminar era lento, pasivo. La mayoría de la gente parecía tener prisa o ansiedad por llegar a quién sabe dónde. ¿Al trabajo? ¿Alguna cita amorosa o amistosa? Yo deambulaba sin tener plena conciencia de mis acciones. Me detuve por unos instantes, mi mirada viajó inspeccionando en todas direcciones, y entonces me di cuenta: otra vez me encontraba solo...
     Pero ¿dónde estaba? El sitio que ante mis ojos había no se parecía en nada a mi camino de vuelta a casa. ¡Bah! Nuevamente me había pasado. Tan absorto estaba en mi mundo que me olvidé de la realidad y otra vez me había perdido. Qué más da, así puedo caminar más. 
     Después de algún tiempo, dos o tres horas quizá, decidí que era tarde y debía volver a casa. Di media vuelta y comencé a...
     —¡Oh, diablos! Discúlpame, no me fijé...
     —No, no te preocupes.
     —Déjame ayudarte.
     Había tirado las cosas de una chica. Nuestras manos coincidieron en un suave contacto y nuestras miradas se observaron, sorprendidas.
     —Ja, ja. Como en las películas ¿no? La única diferencia, es que yo no soy el chico increíblemente guapo...
     —¿Bromeas? Eres el chico más apuesto que he conocido.
     Sonreímos. Entonces recordé el fragmento de un poema: "Del mismo material del que se tejen los sueños, está hecha su sonrisa". Ese instante fue como una eternidad fugaz. 
     —Debo irme— dijo. Me dio un dulce y lento beso, y fue como sentir el inicio y el fin del mundo invadiéndome. Se marchó.
     ¿Por qué ahora todo se veía más bello? La negrura de la noche ya no era oscuridad y soledad, sino paz y belleza. Los árboles ya no era mis compañeros sino amigos que parecían sonreírme. Las personas no eran personas, sino sombras divinas. Y el amor ya no era amor, era una mujer...




     

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