miércoles, 20 de mayo de 2015

Otro día en el mundo.

     Tan sólo tres años después de haber dado la despedida a mi hermano, mi madre pereció ante una enfermedad desconocida. La mayoría de mis amigos murieron en la guerra y el resto de mis familiares intentaron huir a otro país pero fueron capturados y fusilados en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, hoy hogar de la tortura y de la muerte.
     El cuaderno y el bolígrafo han sido mi única compañía...
     —Toma, compra algo de comer—. Me dijo una dulce voz. Levanté la mirada. Ante mí se encontraba una chica de veintitantos años.
     —¡Oh no! No puedo aceptarlo de ninguna manera.
     —Se ve hambriento, insisto...
     —No.
     —Pero ¿por qué?
     —Mi madre me ha enseñado a no hablar ni aceptar cosas de extraños. 
     Ella soltó una carcajada.
     —No seas bobo, toma.
     —Sólo si el dinero lo gastamos en una comida para los dos.
     —Sólo si antes te das una ducha.
     —Ja, ja, ja. De acuerdo.
     Comenzamos a caminar y a platicar. Era una chica bastante atractiva y encantadora. Era pelirroja y de tez clara. Las pecas en su rostro le daban un toque coqueto y tierno. Sus ojos ¡Oh Dios! Sus ojos eran como los laberintos: por su inmensa hermosura y su facilidad de perderse en ellos. Cruzamos por un parque mientras el agua de una fuente hacía su trabajo.
     —¿Qué haces?
     —Dices que necesito una ducha ¿no es así? Pues vamos...
     —¡Estás loco!
     La tomé del brazo y la lleve hasta la fuente. Comenzamos a jugar como niños. Hacía mucho que no pasaba un rato de felicidad. Después de unos minutos, decidimos parar.
     —Bien, ahora necesitamos ducharnos de verdad.
     —¿A dónde vamos?
     —A mi casa.
     —¿Vives sola?
     —Desde hace mucho...


     Llegamos a su casa y me dio una muda de ropa para que me cambiara después de bañarme. Ella también se bañó. Ahora lucía un vestido floreado que resaltaba aún más su belleza.
     —¿Y bien?
     —¿Qué?
     —¿Unos taquitos al pastor?
     —¡Genial!
     Fuimos al local más cercano y pedimos nuestros tacos.
     —A todo esto ¿cómo te llamas?
     —Ja, ja, ja. Mi nombre es Wendy Mendoza ¿Y el tuyo?
     —Ricardo Gutierrez, pero dime Richie. ¿Hace cuánto que vives sola? ¿Fue por la guerra?
     —No, no, no. Nada de eso. Mi familia estaba metida en la redes del narcotráfico, se metieron en problemas y fueron asesinados cuando yo tenía trece años. Una antigua maestra del Kinder me ofreció su ayuda y así pude continuar con mi vida y solventar mis gastos. La maestra Miranda falleció poco después de que me graduara.
     —¡Wow! Qué difícil debió haber sido. Qué curioso, yo también tenía en mi infancia una profesora con ese nombre.
     —Pues yo estudié en el Jardín de niños Yoyalia, que está no muy lejos de aquí...
     —¡No puede ser! ¿Es verdad?
     Increíblemente tenía ante mí a la Wendy de quien viví "enamorado" durante un año de preescolar.
     —¿Y tú qué hiciste de tu vida?
     — Todo iba perfecto hasta antes del conflicto bélico. Mi padre nos abandonó pero eso no impidió a mi madre sacarnos adelante. Mi hermano murió con una bala en su cabeza y mi madre de patologías desconocidas. A diferencia de ti, yo me dejé vencer por la soledad y decidí vivir en la indigencia...


     Después de un rato volvimos a casa —su casa—. Ella sacó un álbum de fotos.
     —¡Increíble! ¡Mírate, aquí estás!
     En efecto, allí estaba yo, ella y nuestros demás compañeros de generación.
     —Puedes quedarte aquí el tiempo que quieras, siempre y cuando no esperes ser mantenido. Yo también necesito de compañía.
     —Y yo extraño el calor de unos labios...
     Nunca el azul y el café habían encajado tan bien. Nos acercamos de a poco. La distancia se iba haciendo mínima... ¡Pum! Un ruido ensordecedor aturdió mis oídos. Frente a mí, el cuerpo de Wendy reposaba ya sin vida. Del agujero de su frente fluía la sangre, intensamente rojiza.
     Una vez más, la soledad gobernaba mi existir...



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