viernes, 27 de noviembre de 2015

El vato con gotas.

     —Ver el paisaje me produce melancolía...
     —¿Ah sí?
     —Sí, es decir, estar en el centro de la ciudad y ver las manifestaciones, a los extranjeros, la señora que lee las cartas del tarot, los policías.
     Me quedé mudo. Era como si mis pensamientos hubieran hablado a través de su boca. Ninguno de los dos pronunció otra palabra, y caminamos taciturnos, abstraídos. Desde aquél incidente en la escuela mi día no había ido muy bien, al menos para conmigo.
     Cada paso era un plomazo en mi pecho, ¿qué carajo sucedía?
     Seguí deambulando, pensando. De pronto caí en cuenta: tenía miedo. Tenía miedo, y aún más tenebroso me parecía no saber siquiera cuál era mi temor. 
     Llegamos al lugar donde trabajaban los padres de una de nuestras amigas, y tomé asiento. Un alivio de descanso recorrió mi cuerpo, aunque la tensión seguía dentro. Dirigí mi mirada hacia un todo que pronto se convirtió en nada y, sin más, todo parecía nublarse. 
     Un mundo de ideas revolucionaba en mi cabeza; gritaban, chocaban, estallaban. Cada individuo que frente a mí pasaba, lucía como una sombra amenazante. Cada palabra emitida sonaba como estruendo de guerra.
     Las lágrima no salieron por los ojos... ¡Vaya cliché!


No hay comentarios:

Publicar un comentario