martes, 26 de abril de 2016

Yuzuni.


Yo, en el fondo del salón. Ella al frente, en la primera mesa. 
     La clase era un caos, pero la tranquilidad que me producía el sólo mirarla lo contrarrestaba. Ahí estaba, sentada como si nada, como si todo, como si nunca, como si siempre. Los cabellos de avellana cayendo al borde de sus hombros; la sonrisa envuelta en un par de labios malditos, delgados y seductores; los ojos encerrados en el misterio de su pequeñez y el placer de sus tonos marrón. Tenía las mejillas de bombón y la nariz de Cenicienta. 
     Se puso de pie un momento y pude contemplar su figura: delgada, discreta, sensual, posesiva. 
     «Su nombre es Yuzuni», escuché que me decían. «Significa "piedrita en el camino"». Sin duda no hacía falta más que esas cuatro palabras para describirla. Una piedrita llena de ternura y con pólvora en el cuerpo, de esa pólvora que hace estallar sentimientos y fantasías. Una piedrita que encontré en mi camino, instantánea y fugaz, una piedrita que kilómetros después habré olvidado y viviría en mi mente tan sólo unos segundos de eternidad salvaje. 
     Ahí estaba, sentada como si nada, como si todo, como si nunca, como si siempre. Y yo, en el fondo —del salón, de sus pensamientos, de su vida—, sonriendo como estúpido, imaginando imposibles, latiendo a pensamientos, brotando sangre a través de la pluma... Y yo.
     Ella seguía allí, entre risas y recovecos, con mi alma entre sus manos y repartiendo felicidad a mis pupilas. 
     Sesenta minutos corrieron rápido. La clase había terminado y mientras todos recogían sus cosas yo la observé por última vez. Pronto el salón quedó vacío de personas, pero lleno del recuerdo más sencillo, auténtico y vibrante de mi existencia. 
     Mientras bajaba por las escaleras, sentí como su imagen se iba borrando. Afuera, con cada grito del viento se desprendía de mí una parte de ella. Como hojas de árbol se fueron alejando sus ojos, su sonrisa, sus mejillas, su cintura.
      A cada latido, a cada susurro, se desvaneció en la inmensidad de una memoria de alcohólico, pero seguía viva en algún rincón de un corazón de poeta... 



6 comentarios:

  1. Siempre he creído que en la vida vamos enamorándonos a cada paso que damos, nos enamoran sonrisas y ojos que indiferentes van caminando tan cerca y tan lejos de nosotros. Más indiferente aún es nuestra memoria que con una exhalación borra ese amorío.

    Me encantó tu texto, como siempre.

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    1. Definitivamente con tus comentarios sufro un nuevo enamoramiento, Kéllyta
      Muchas gracias :3

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  2. Esto me suena a uno de tantos capítulos que publicas en post de un libro llamado: "La vida de Misael", así tal cual la relatas, no me sorprende que quien es hoy tu novia/esposa se haya sentido atraída. tienes magia en las letras peke... una pregunta: ¿Es ella?

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  3. Justo en mi soltería :'( jaja
    Hmmm la chica de la foto si responde al texto, pero no es nada mío jajaja

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    1. O al menos no aun XD
      Excelente texto... muy bueno, me gusta mucho leerte cada vez que tengo tiempo :D
      Saludos y muy buena vibra!!!

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    2. Ja, ja, ja :3 Muchas gracias Agente
      :D

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