domingo, 3 de julio de 2016

Enamorado de una impostora (segunda parte).

Sentado en la orilla del colchón intenté asimilar las cosas: durante tres días seguidos una misma chica se había aparecido en mis sueños; el primero cuando la conocí; el segundo cuando la hice mi novia y el tercero cuando todo terminó. Hacía ya una semana de esto y no se había vuelto a aparecer. Como una sombra vino y como una sombra se fue, sin hacer ruido y sin siquiera conocerla en la realidad. 
     Tomé un trozo de lienzo, mi paquete de pinturas y un par de pinceles. 
     —¿A dónde vas, Enrique?
     —Al parque que está a la vuelta. No tardo. 
     El parque estaba solo de un lado y con un anciano alimentando palomas del otro. Tendí una manta sobre el pasto y acomodé mis cosas. No tenía la certeza de qué era lo que estaba haciendo pero sí de lo que estaba buscando: a ella. El rostro comenzó a aparecer en el cuadro, con los ojos grandes, la boca pequeña y las mejillas ligeramente coloradas. Tenía las cejas gruesas, el cabello castaño y ondulado y la frente estrecha. Los colores cubrían la tela con rapidez, un pincelazo y nacía el cuello delgado, coqueto, como esperando la llegada de un beso demorado. Uno más y los hombros jugaban con mi imaginación, tersos y hechizantes, que luego daban paso a un par de pechos redondos, pequeños, reconfortantes. Las piernas eran lo mejor, puras y seductoras, con la grandeza de saberlas libres, únicas y bien formadas. Por supuesto, no me olvidé de la cereza. Tomé un poco de rojo y la coloqué: brillaba como una estrella en el centro del universo, infernal, sangrienta, amorosa...
     Sentí como una mano tocaba mi espalda y se hundía hasta mi corazón. Di media vuelta y la vi, su mano seguía dentro de mí. Nos miramos. Ella dio un apretón y un destello inundó el lugar dejándome ciego por unos minutos. Fueron segundos de oscuridad desesperada. Cuando por fin mis ojos lograron ver algo, corrieron hacia la pintura: era una figura sin rostro. Un camino floral iba de la cabeza hasta la cereza, que en un instante también desapareció. 
     De pronto sentí paz, una calma que llegaba hasta los huesos. Toda mi carne había encontrado sosiego y placidez. El cuerpo me vibraba y cosquilleaba de manera apasionante. Entonces lo entendí: estaba enamorado, enamorado de una impostora. Alguien que sin permiso se había resbalado entre mis pensamientos, alguien que sin esperar consentimiento robó tres noches de mi vida, alguien que decidió permanecer anónima, enigmática como la vida misma. Estaba enamorado, porque el mejor cariño a veces viene de un completo extraño, porque los mejores amores llegan así, de repente y sin aviso, porque...
     —¡Wow! !Que bella pintura! ¿Tú la hiciste?— dijo una chica que pasaba por allí.
     —Sí. 
     —Yo también pinto un poco. Mira.
     Y sonrió. Nuestros labios se mantuvieron callados pero nuestras miradas gritaban una revolución. Era como estar en una película muda. Sacó de su mochila un boceto que se dispuso a continuar. Se sentó a mi lado y me miró. Tenía unas pupilas penetrantes, como de jaguar. Ella volvió los ojos al trabajo. Nadie decía nada; ella pintaba y yo la observaba. Sobre el viento viajaban frases, una canción apacible y miles de sentimientos. Eché un vistazo a su pintura: era una mujer... era ella. 
     




2 comentarios:

  1. Amor entre artistas... ¿puede haber un arte mas grande?

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    1. Tal vez. Sería soberbio pensar que sólo los artistas podemos amar intensamente...
      (O tal vez sí somos los únicos jajaja)

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