sábado, 28 de febrero de 2015

Metamorfosis.

     "A veces escribo, como si trazase un boceto"

                                                     -Remedios Varo.

                                                                                  1.

     Tres escalones. Dos. Uno. Finalmente estaba allí, saciando mi necesidad de verla.
    -¿Te sientes bien?-.
    -No mucho...
    Me dejé caer bruscamente hasta quedar recostado sobre sus muslos. Mis párpados parecían pesar, así que no pude evitar su cierre temporal. Mi respiración comenzó a agitarse. Traté de retenerlo, pero no pude más. Algo había en su consuelo y sus caricias que despertaron mi vulnerabilidad.
    ¿Cómo lo había logrado? No lo sé, pero en un instante una gota caía. Aquella primera lágrima (que provenía del ojo izquierdo), se mostró pretenciosa, pues no le bastó haber salido de los límites oculares, sino que resbaló por mi mejilla hasta rebasar las gafas oscuras que le ocultaban. Viendo esto, la lágrima del ojo opuesto, se dispuso a bajar de igual manera, sin embargo su desliz se vio interrumpido por mis dedos, que estaban hartos de la ambición de aquellas gotas de melancolía...
    No funcionó.
    Ella hacia vanos intentos en busca de mi felicidad. Me hablaba de un "hipopótamo rosa bailando tu-tú", o algo similar, a lo cual me limité a responder con una sonrisa.
    -¿Qué te sucede?-.
    No respondí, pues un nudo en la garganta me negaba esa posibilidad.
    Me levanté, respirando a ritmo de alivio en proceso. Sus brazos me rodearon lenta y tiernamente.
    Un abrazo reconfortante desaparecía poco a poco. Y nos detuvimos. Nuestras almas se miraron, nuestros cuerpos se enlazaron, y con ello permitieron la dulzura de un beso...
  
                                                                                2.

     Nos dispusimos a realizar un viaje hacia el olvido. Un viaje a las afueras de la ciudad. 
     Necesitábamos un descanso. Un breve deslinde de la realidad pura a la realidad metafórica, a un realismo mágico.
     Hacia algunos meses había adquirido una cabaña en la profundidad del bosque, sobre un paisaje que irradiaba hermosura.  La cabaña era de madera, rodeada de inmensos árboles; a un costado, un lago de agua cristaliza; un ambiente fresco, natural, tranquilo. Se podía respirar una paz relajante...
     -Es hora.
     El reloj marcaba las seis con cuarenta y dos, y el sol daba sus primeras nociones de luz. Alrededor de las siete montamos nuestras bicicletas. y partimos hacia el Este. El panorama brindaba la imagen de los volcanes bañados en los aún débiles rayos solares. El aire tibio golpeaba mi rostro con ligereza. A las orillas del camino lo árboles se enfilaban como quienes lo hacen para dejar pasar a una celebridad en la alfombra roja. Más al fondo algunos troncos reposaban en el suelo y algunos metros después el leñador remendaba el daño plantando algunos otros.
     Pedaleamos sobre un camino de terracería hasta llegar a la cabaña destinada. Aparcamos nuestros vehículos y entramos en ella. Al abrir, la puerta soltó un chirrido y un olor húmedo habitaba en el lugar. Mariana dio un vistazo panorámico y colocó su mochila en el suelo.
     -¿Quieres hablar?
     -¿Ah?
     -¿Cómo te sientes?
     - Débil, impotente. Simplemente la vida es demasiado cruel conmigo...
     -¡Bah! Boberías ¿la vida? ¿eres tonto acaso?
     -No.
     -¿Y entonces? Nombras a la vida como algún ser físico, hablas de ella como algo externo ¿no te das cuenta? ¡Tú eres la "vida"!¡Tú eres esa vida que es cruel contigo!
     -¿Y los ladrones? ¿y los delincuentes? ¿y las malas personas, aquellas que me perjudican? ¿acaso ellos no forman parte de un conjunto al que llamamos "vida"?
     - No, ellos son otras vidas que en algún momento coinciden con la tuya...
     - ¡Infame coincidencia!
     - Todo reside en tu actitud, en tu manera de afrontar estas coexistencias...
     - ¿Y si no sé cómo hacerlo?
     - Das tu mejor esfuerzo...
   Y no dijimos más.

     Aquellos dos seres en medio de la habitación dan pie al florecimiento del amor. Lentamente sus labios se acercan hasta fundirse en el colapso de un contacto, en la sincronía de las aristas bucales. Pronto las caricias labiales se deslizan hacia el cuello de ella. Ella emite pequeños y retenidos gemidos de placer. Es entonces que las prendas comienzan a caer. Una blusa. Una camisa. Dos bombachos. Un sostén... Todos en el suelo.
      Ahora los labios de él reposan sobre los cálidos y erectos pechos de ella. Besos, caricias, paz, amor... Él continúa su expedición... y la penetra, momento mismo en el cual, en algún lado del mundo, un infante halla un rosa negra, y, al tocarla, esta metamorfosea en la hermosura de un tulipán blanco...
     
     Su perfume quedó impregnado en mi piel, dejando al aire la percepción de la gloria...


      

      

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